Nadie reprocha los brochazos de nostalgia cuando es un frío domingo de invierno. Echo de menos el corrillo en torno a una farola de aquella plaza en el finisterre de Mallorca. Eran noches de verano y la oscuridad impedía contemplar el Puerto de Pollensa, la silueta del hotel Formentor, o la fascinante Sa Fortalesa, castillo sobre un peñasco en el que a principios del siglo XX su dueño (el pintor Raumauge) y otros artistas jugaban su ajedrez de jardín con musas desnudas. Éramos unos críos en plenos ochenta sin más preocupaciones que soñar un futuro excesivamente lejano. No olvidaré esa casa que besaba el mar de la romana Pollentia (hoy Alcudia) y, sobre todo, a quienes le daban vida, mis abuelos.
El tiempo pasa y, como dice mi admirado Jaime Gil de Biedma, ahora que de casi todo hace veinte años. Todo ha cambiado, ya no me encuentro con aquellos amigos y paso mis veranos más cerca de las montañas. Tampoco nos reunimos para hablar porque no tenemos tiempo y las obligaciones nos han segregado. Como el café de toda la vida sustituido por un Burger King aquella plaza con vistas de ensueño ha sido sustituida por una pantalla repleta de gente a la que no puedo tocar, oler o ver.
En fin, el motivo de esta convocatoria (y no es de junta general) o, más preciso, de que yo escriba este post es, como podéis imaginar, algo que nos une y nos aproxima en la distancia: Twitter. Me pedía Enrique un texto para sus domingos y decidí no hacer gala de los conocimientos jurídicos que atesoro pues quienes vais a leer esto sabéis más Derecho. Todo ha cambiado, ahora nos reunimos por las noches para arreglar la política, compartir unos versos o conseguir que una maravillosa fiscala se atreva a desfilar con alas cual ángel de Victoria Secret.
En este mundo tan extraño formáis parte de mi time line los profesores de otras universidades, las fiscalas de capital, los abogados de toda España, o la extraña Venus O’ Hara cuya pericia le da para publicar con Planeta y probar juguetes que no comprendo. No sé si hemos ganado o perdido, si podremos sustituir aquellos encuentros reales cuando no existía internet, ni ninguno de los aparatos que ahora nos acompañan incluso en el retrete (la ducha aún se resiste).
Me pregunto, y te pregunto, que quedará de todo esto y qué recordaremos dentro de veinte años. Si valió la pena juntar a personas que nunca llegaron a encontrarse y si era conveniente dejarse aconsejar e influir por aquel o aquella con quien nunca hablaste. Porque en esta red social adoptamos un tono serio, todos quieren cambiar el mundo incluso aquellas cuentas fake que desde el sarcasmo remueven lo que siempre fue intocable. ¡Cuántas cosas que hemos visto no se hubieran publicado ni dicho hace unos años!.
En fin, recuerdo a ese poeta maldito que a veces ilustra bastante de mis tuits poéticos, porque desde la adolescencia no sé pasar las noches sin leer fragmentos de verso o prosa, algo que le debo a mi padre y que este le debió a mi abuelo. No sé si perdemos el tiempo en versión 2.0, a menos que con cada uno de nuestros tuits estemos labrando lo que más adelante será un pasado digno de heredar.
Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar…
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.
Sé que no veré a la fiscala desfilar para quienes se lo pedimos en aquellos tuits nocturnos, ni tampoco políticos que escriban de corazón y desinteresados ante un voto o por granjearse un interés, ni por asomo un amanecer de Venus que parece compartido en sus fotos matutinas (good mornings). Pero algo queda y es cierto que el 2.0 está generando realidades, colaboraciones en blogs o en manuales, clases compartidas o cafés entre viaje y viaje. Necesitamos al otro y las formas para encontrarlo han cambiado. Pueden que no sean las mejores pero pervive en la esencia humana la imperiosa necesidad de interactuar con terceros: sea sexo, amor, amistad o trabajo.
Si has llegado hasta aquí, puede que ya me pidas que acabe. Así que no cambiaré de poeta y recordaré una resolución que ojalá no dejemos de compartir. Es domingo, por partida doble, muchas gracias por tu atención:
Resolución de ser feliz
por encima de todo, contra todos
y contra mí, de nuevo
-por encima de todo, ser feliz-
vuelvo a tomar esa resolución.
Pero más que el propósito de enmienda
dura el dolor del corazón
@otramallorca
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