domingo, 7 de septiembre de 2014

Lecturas de domingo para juristas: 1. El origen de la corbata y otras prendas (por Emilio Gude)

Hace unos días recordábamos el inicio de la Gran Guerra hace cien años. El mundo, y en especial Europa, había conocido hasta entonces numerosas y sangrientas guerras, pero ninguna fue comparable a la Primera Guerra Mundial y a los terribles campos de Ypres. Dos cuestiones resaltan, sobre otras muchas, en esta guerra menos estudiada que la Segunda Guerra Mundial pero muchísimo más importante en el devenir del siglo XX.  La primera de las cuestiones es que los generales concebían la guerra y sus planes como si fuesen batallas napoleónicas; llevaban un siglo de retraso. La segunda es que la ciencia militar adelantó un siglo y en un breve período de tiempo aparecieron armas novedosas y mortíferas producto de la tecnología y la ciencia militar: el carro de combate, los submarinos, la aviación de guerra, etc… Cierto es que en esa guerra la ciencia también aportó tecnología destinada a salvar vidas: la transfusión de sangre, los centros radiológicos de campaña de Madame Curie, las ambulancias, las  vacunas en masa, los quirófanos en barcos, incluso la ortopedia experimentó un gran desarrollo, entre otros muchos ejemplos. Cómo dijo Kennedy años después refiriéndose a su época, contamos con los mayores avances para salvar vidas pero también para destruir el mundo.

Con el anterior ejemplo hemos tratado de traer a primer plano la influencia militar en el desarrollo de la ciencia, porque al igual que hemos citado la Gran Guerra, podríamos  nombrar todas y cada una de las guerras. Se trata en definitiva, de entender el campo militar como fundamental para el desarrollo de la ciencia y la técnica. Desde el primer hueso usado como arma, como describe  la metáfora de Kubrick en “2001: Una odisea del espacio”, hasta internet pasando por la “Guerra de las Galaxias” de Reagan, que colapsó económicamente al bloque soviético, el campo militar ha sido un motor para la ciencia, la técnica y la tecnología

Centrándonos en un campo más amable y ligero del origen militar de muchas de las cosas que nos rodean, debemos recordar la influencia notable en las prendas de vestir. Empezando por la corbata, razón de este escrito. La corbata proviene de los pañuelos, que llevaban en el cuello, anudados a mitad de cuerpo, los soldados croatas que acuden a París para apoyar al Cardenal Richelieu y a Luis XIII, formando posteriormente el Regimiento Royal-Croate. Esta prenda empieza a llamar mucho la atención y es en el reinado de Luis XIV, cuando con ligeras variaciones, es adoptada en la corte como motivo de distinción y elegancia. De París viaja a Londres y a las colonias americanas. Su nombre proviene de “un croate de la”, derivando en “cravate”. Un siglo después, el curioso y excéntrico Beau Brummell, (Bello Brummell), quien merecería contar su historia, ideó cien nudos diferentes y daba clases de una hora sobre como anudarse la corbata.



Otra de las numerosas prendas de origen militar es la gabardina, que si bien nace con la idea de proporcionar un abrigo a los campesinos ingleses que fuese impermeable no alcanza difusión hasta la Gran Guerra. En 1880 Thomas Burberry crea este abrigo impermeabilizando el hilo de algodón para su posterior confección, permitiendo que el agua resbale sobre el tejido sin penetrarlo. El auge de la gabardina llega en la Primera Guerra Mundial cuando la Oficina de Guerra le encarga un modelo específico para los soldados, que necesitaban amplios bolsillos y un cinturón del que poder colgar objetos. De hecho, debido a la guerra a la gabardina (cuyo nombre viene de unas prendas similares usadas por los partidarios de Garibaldi, pero que para nada tenían nada que ver con el modelo del que hablamos) en los países anglosajones se le conoce como “trench coat”, abrigo de trinchera. Anteriormente Charles Mackintosh en 1823, habían creado un tejido impermeable pero de caucho, que por un lado olía muchísimo y por otro, no transpiraba. Estos defectos fueron solventados por la casa inglesa Aquascutum, que gana así un contrato para surtir de esta prenda a los soldados ingleses en Crimea.

De hecho Crimea, fue el lugar donde se idearon un par de prendas de uso habitual hoy en día. Por un lado, el “cardigan”, llamado así porque fue Lord Cardigan quien ideo esta prenda para combatir el frio de sus soldados debajo del uniforme sin que se viese. Lástima que luego los dirigiese a una carga suicida contra los cañones rusos en las colinas de Balaklava, que propició el famoso poema de Tennyson, sobre la llamada “Carga de la Brigada Ligera”: “Cabalgaron los seiscientos/Adelante Brigada ligera/ Cargad contra los cañones, dijo/Al interior del Valle de la Muerte/…”. Por cierto, de la misma guerra, es originaria la “braga”, esa bufanda cerrada tipo pasamontañas, que se creó para proteger la cara y respiración de los soldados ingleses y adoptó el nombre del lugar: el balaclava.



Menos conocido que las anteriores prendas es el origen de los “chinos”, los pantalones chinos, que además recogen una doble innovación. Por un lado, su color, el khaki, (palabra persa proveniente de khak que significaba polvo) y que encuentra explicación en la costumbre de los militares ingleses destinados en la India de empolvar sus pantalones blancos para camuflarse con el terreno. Sir Harry Lumsden, en Pesawar, propuso teñirlos de ese color. Esta prenda sería de amplia aceptación en diversos ejércitos en Europa de tal manera que el uniforme de campaña inglés en la Guerra de los Boers, a caballo entre los dos siglos, ya era entero de color khaki. El nombre de “chino” llegará después, cuando los soldados americanos destinados en Filipinas los empezaron a llamar así ya que fue China quien los exportaba masivamente.

Las cazadoras de pilotos son otras de las prendas con un claro origen militar. Los pilotos de la primera guerra mundial necesitaban prendas de abrigo ya que las cabinas son descubiertas. El ejército americano empieza a estandarizar para sus pilotos en 1917 pero no será hasta 1926 cuando Leslie Irvin diseña una cazadora para la RAF, de cuero grueso, forrada de lana de oveja por el interior, solapas y cuellos, provistas de cierres y cremallera para un mejor ajuste. Las llamaron “B-3 bomber jacket”, porque fueron los pilotos de bombarderos los que las usaron primero al volar a gran altura. Posteriormente, para los pilotos de caza, que no volaban a tanta altura y que tenían espacios más reducidos, diseñaron cazadoras de piel sin forrar, más cortas y ajustadas, con elásticos en cintura y puños para evitar la entrada de aire. Eran las A-2 que fueron modificadas para los pilotos de la US Navy, forrando el cuello de mutón y cambiando los cierres de los bolsillos por botones, costumbre de la Marina para evitar la herrumbre, aparte de otras pequeñas modificaciones, que dieron lugar a la cazadora de piloto más conocida la G-1. La evolución posterior fue la llegada del nylon y materiales sintéticos, que conseguían además ser impermeables, ligeras y mucho más cálidas, dejando el modelo definido hasta nuestros días y conociéndose como “bomber”.

                                                             
                                                  


La camiseta de rayas marineras, en realidad el jersey de rayas marineras, fue establecida como obligatoria por la Marina francesa, a mediados del siglo XIX, porque de esa manera cuando un hombre caía al agua era más fácil de identificar. Son numerosas las anécdotas que circulan respecto a las rayas, por ejemplo se dice que debían ser 21 en honor a las 21 victorias de Napoleón. No hace falta recordar que la “raya bretona”, conocida así por ser esta región la que  adoptó más rápidamente esta prenda, fue llevada a París por Coco Chanel, que veraneaba en esa costa.

Es inevitable asociar al Mariscal Montgomery  con su trenca. En realidad, su nombre es “Duffle Coat”, ya que estaba confeccionado con un paño que se elaboraba en la ciudad belga de Duffel. Fue usada por la Royal Navy británica en la Gran Guerra. Posteriormente en la Segunda, como decíamos, Monty la popularizó, si bien no llegó a la población hasta final de la guerra cuando se vendieron todos los excedentes fabricados para surtir a las tropas. A colación de Montgomery es inevitable también relacionarle con la boina, prenda que usaban los clanes celtas para distinguir unos de otros allá por el siglo XII y que posteriormente España lanza al mundo tras su uso en las Guerras Carlistas y en la Guerra Civil, dando el salto al resto de ejércitos.



Así también las “marineras”, cuyo nombre original es “pea coat”, proveniente de la tela holandesa “pij”, usada para las chaquetas de paño de lana “pijjiker”, tienen una implantación  en las diferentes marinas, sobre todo en la US Navy. Aunque hay otra teoriá que dice que el nombre proviene de “Pilot Cloth”, de donde saldría “P-Cloth” y por lo tanto “P-Jacket” y “P-Coat”



Son muchas más las prendas con origen militar o que popularizaron los ejércitos. El traje cruzado es propio de la marina; los de una fila de la caballería. Las “parkas”, inspiradas en los abrigos de los “inuits” de Alaska, sobre todo la  N-3B, con forro naranja, que se empezaron a usar en la guerra de Corea, denominándose, por lo tanto, “koreanas” . También estaba la versión N-2B, que era igual pero corta. La sahariana usada primero como uniforme de verano de las tropas inglesas en la Primera Guerra Mundial, para pasar luego a formar parte del uniforme de las tropas expedicionarias y coloniales, como posteriormente a la Commonwealth. De hecho, las chaquetas Belstaff están inspiradas en los cuatro bolsillos de las saharianas.


  
En definitiva no es este más que un pequeño y rápido acercamiento al origen militar de las prendas de vestir. Sin duda, daría para contar muchas más historias dentro de la historia de cada prenda, pero eso será otro día. O no.


Emilio Gude
Abogado. 

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