Y
Vds. ¿en quién van a confiar, en sus ojos
o en lo que yo les diga? La respuesta a esta pregunta probablemente les
parezca obvia. Pero si yo fuera Registrador de la Propiedad es probable que
ante una desviación entre la realidad vista a través de sus ojos y la realidad
por mí firmada actuasen como si sus ojos estuvieran cerrados. Se trata en
definitiva de una cuestión de confianza, y en el mundo jurídico, pocos
conceptos han exigido un mayor esfuerzo normativo e incluso presupuestario que
la confianza, instrumentada a través de una nada desdeñable cantidad de
registros públicos.
No
siempre fue así. Hubo épocas en que la confianza consistía en traer dos
personas a presenciar un apretón de manos. Pero las personas, vaya Vd. a saber
por qué motivos, mienten. Esta abyecta posibilidad dio lugar a una de las
creaciones más sofisticadas de cuantas ha podido idear un jurista: la fe
pública. Verán, podemos confiar en lo que vemos y hemos comprobado. Es la
confianza en la razón. Pero no podemos ver todo aquello en lo que necesitamos
confiar, pues hay cosas que ni vemos ni veremos. La fe responde a esta
necesidad de creer en aquello en lo que sencillamente queremos creer. Pero la
fe pública nos eleva a un estado superior, permitiéndonos confiar en lo
comprobable sin gastar energía en comprobarlo. Eventualmente, nos permite creer
hechos cuya falsedad conocemos, siempre y cuando quede dicho conocimiento en
nuestro fuero interno, porque la fe ha de ser buena, o al menos así se presume.
No
me malinterpreten, como abogado la fe pública me ha facilitado enormemente la
vida. Como montañero menos, porque mis logros en este campo, son tristemente
creíbles y, para desgracia de mi ego, innecesariamente demostrables. Otro gallo
me cantaría si un día apareciese por casa diciendo que he escalado un ochomil, porque: 1) no sería creíble; 2)
a más de ocho mil metros no siempre es posible hacer una foto – o si se hace no
siempre aparece un elemento reconocible – y en consecuencia me costaría
demostrarlo; y 3) porque nadie se tomaría la molestia de intentar comprobarlo.
Al
igual que en el tráfico jurídico, en el Himalayismo
hubo una época en que la sola palabra de uno de aquellos perturbados conquistadores de lo inútil bastaba para
que su ascensión se diera por buena, porque en la cima de aquellas montañas no
cabía encontrar más que algo de honor y satisfacción personal, si bien lo
habitual era encontrar la muerte. En los albores del alpinismo el propio reto
era suficiente, porque intentar uno de aquellos monstruos con cuerdas de
cáñamo, dos o tres pares de calcetines y chaquetas de lana recia era garantía
de no poder disfrutar de recompensa económica alguna. Pero aquella época quedó
atrás, y con el tiempo los motivos para alcanzar un ochomil se fueron haciendo cada vez más espúreos, hasta el punto de
que en la actualidad uno de los motivos más comunes es el dinero.
Con
esta nueva motivación llegó el fraude, y como es sabido, fraus omnia corrumpit. ¿Cómo confiar entonces en la palabra de
alguien que afirma haber escalado un ochomil?
El alpinismo nos ha tomado prestada la fe pública a los juristas, y la
fedataria en este caso es una nonagenaria que hace las veces de Notaria y
Registradora, si bien jamás ha escalado una montaña ni, según sus palabras,
piensa hacerlo: Elizabeth Hawley. Miss Hawley viajó por primera vez a Nepal en
1960 como cronista de expediciones y allí se quedó. Hay quien dice que debido a
una estrecha (estrechísima) amistad con Edmund Hillary, el primer hombre en
pisar la cima del Everest. Sea como fuere, ante la ausencia de un registro
oficial de ascensiones, esta periodista comenzó a anotarlas en un cuaderno,
entrevistándose con cada una de las expediciones.
El
método, en realidad, no es muy distinto al funcionamiento de la fe pública en
otros ámbitos: Miss Hawley constata la existencia de elementos, indicios, de la
ascensión: si hay una foto de cima indubitada no hace falta mucho más. Pero en
uno de los ambientes más hostiles del planeta ni la meteorología ni la
tecnología permiten que siempre haya foto de la cima. En estos casos la notaria
compara testimonios, exige descripciones, compara con el relato de otras
expediciones que están en la zona. Se entrevista con los sherpas, una de las
fuentes más fiables, y finalmente compara los datos con los obtenidos a lo
largo de décadas de contrastar ascensiones. Si el relato resulta fiable – que
es lo habitual -, Hawley da fe de la ascensión y ésta se tiene por cierta con
eficacia erga omnes. En caso
contrario, el alpinista está condenado a volver a ascender para regresar con
pruebas de la ascensión o un relato creíble. Y no hay más: no existe un
organismo oficial que valide las ascensiones en el Himalaya y, como tantas
veces, de la necesidad surgió la costumbre y de la costumbre el Derecho. En la
actualidad ninguna cima ha sido coronada hasta que Miss Hawley da su visto
bueno.
Claro
está, podría pensarse que esto de dar fe de lo que la gente hace en su tiempo
libre tiene un interés relativo, porque por muy interesado que esté un
alpinista en volver a casa diciendo que sí, que estuvo allí arriba, este
interés nunca podrá compararse con un depósito de cuentas o la inmatriculación
de una finca. Nos equivocaríamos. El veredicto de Miss Hawley vale dinero.
Mucho dinero. Y este interés económico saltó a primera plana de toda la prensa
internacional en el año 2010, cuando Edurne Pasabán y la coreana Oh Eun-Sun
apuraban los últimos metros en la carrera por ser la primera mujer en coronar
las 14 cimas más altas del planeta. En abril ambas escaladoras coincidían en el
Annapurna. A la coreana solo le faltaba esa cima, pero Pasabán, si lo coronaba
con éxito, aún tenía que ir al Shisha Pangma. Edurne coronó el Annapurna el 17
de abril y el Shisha el 17 de mayo. Entre ambas fechas, el 27 de abril, la
coreana alcanzó la cima del Annapurna y se alzó como la primera mujer en hollar
las 14 cimas con más de ochomil
metros del planeta. Del mérito de esta gesta y el mérito como alpinistas de
ambas podría hablarse largo y tendido, pero no es esto lo que nos ocupa hoy. No
obstante, bueno será reseñar que inicialmente fue una carrera a tres partes:
Gerlinde Kaltenbrunne consiguió meses después alcanzar las 14 cimas sin
utilizar oxígeno artificial con un estilo y desde una óptica más deportiva que
mediática.
Pero
volvamos a la carrera entre Pasabán y Oh. Sería ingenuo considerar que se trataba de una carrera entre dos mujeres que luchan contra la montaña. Ser el
principal espónsor de la primera mujer en coronar los 14 ochomiles era un
pastel muy goloso que se disputaban Endesa, del lado español, y Black Yak, una
de las principales marcas coreanas de material de montaña. Baste decir que su
llegada a la cima del Annapurna fue emitida en directo por la televisión
coreana. Apostar a caballo ganador puede resultar extraordinariamente rentable
para una multinacional que quiera vincular su nombre al éxito en uno de los
deportes más extremos y que mayores sacrificios exigen. Pero apostar a caballo
tramposo puede resultar desastroso, tema que fue recientemente tratado en este mismo blog. Hay que tener presente que quienes nos dejamos el sueldo en
material como el que vende Black Yak tenemos una altísima tolerancia al fracaso
en nuestras aventuras de fin de semana, pero nos ponemos rojos si tenemos que
agarrarnos a una cinta express en una vía de escalada, y nosotros solos nos
condenamos a repetirla.
Así,
el descalabro de vincular la imagen de marca a una tramposa era potencialmente
catastrófico. No es de extrañar que cuando la Federación Coreana de Montaña
puso en duda la ascensión al Kangchenjunga en 2009 la primera rueda de prensa
la convocara precisamente el patrocinador. Hasta aquí la situación era controlable:
la Federación coreana podría creer o dejar de creer lo que quisiera, no es algo
a lo que la principal marca de material técnico de corea no pudiera
enfrentarse, pero interesaba dar una respuesta rápida e intentar zanjar un tema
que, ya entonces sabían que podía desbordarse. En la foto de cima que había de
protagonizar el debate, la alpinista coreana aparecía con la bandera de su
patrocinador. Y el golpe definitivo vino, cómo no, de la ya por entonces casi
nonagenaria Miss Hawley, quien envió la siguiente carta a Pasabán, refiriéndose
a la decisión de la Federación:
Desde luego que Miss Oh y
su patrocinador principal, Black Yak, han rechazado esta decisión. Ciertamente
este es un fuerte golpe para Miss Oh. Acabo de ser preguntada si estaría
dispuesta a mantener su ascensión como “no reconocida” en vez de “disputada” y
he dicho que “no” citando la decisión del KAF. Desde luego que lo siento por
ella, pero parece que su única alternativa ahora es regresar y volver a escalar
[el Kangchenjunga] otra vez con muchas fotos evidentes.
Posteriormente
la Notaria-Registradora tuvo que
justificar su decisión, ofreciendo datos al respecto: “En la imagen de cumbre
de Miss Oh se ven rocas y en la de Edurne (hecha unos días después) sólo hay
nieve”. Además la coreana había declarado no haber visto ninguna botella de
oxígeno en la cumbre, mientras que varias expediciones coetáneas coincidían en
haber visto aquellas botellas. Miss Hawley calificó bajo su responsabilidad la credibilidad de las formas extrínsecas
de la ascensión, y la calificación fue negativa. Y ahí acabó la historia para
Miss Oh y para su patrocinador. A partir de ese momento, y con eficacia erga omnes, Oh Eun-Sun nunca había
estado en la cima del Kangchenjunga. Y no era la primera vez que ocurría, en el
año 2000 Miss Hawley tampoco dio por buenas dos ascensiones del presunto primer
asiático en ascender los 14 ochomiles, condenándolo a repetir Lhotse y Shisha
Pangma. En ese ínterin otro escalador completó la lista.
Juzguen
Vds. el valor del anterior texto para la eléctrica española. La campaña publicitaria que vino fue la propia de cualquier gran éxito deportivo. Sin duda
la decisión de la anciana Hawley de no validar la ascensión de Oh Eun-Sun
supuso un impuso para la imagen de Endesa, que por su parte inmediatamente
amplió su patrocinio al Reto 14x8.000+1, cuyo objetivo era la cima del Everest
sin oxígeno suplementario.
Ya
en un plano más emocional, no es menos cierto que la decisión de Miss Hawley
ayudó a nuestro país a vengar la afrenta histórica del Mundial de Corea,
tratándonos con mayor justicia que aquél egipcio cuyo apellido no debe
escribirse nunca.
Nota
del autor: Espero que la anterior lectura no les haya hecho perder un valioso
rato de su descanso dominical. No obstante, si así fuera, no duden en dirigir
sus quejas a mi anfitrión.
Feliz
domingo.
Andrés Martínez Olmedo
Abogado
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